El amor no mata, el amor nos da vida

El amor no duele

Se supone que el amor une a las personas, nos hace respetarnos y procurar por nuestro bienestar y poder perdonar. Pero ¿qué sucede cuando el amor duele?

Si bien puede hacernos pasar por momentos difíciles el aprendizaje en el camino de una relación de pareja, el amor no debe ser entendido como un dolor que debemos pagar por la felicidad que nos otorga, esto sería un grave error.

El verdadero amor no mata a nadie

Nos han hecho creer que el amor verdadero está al final de un camino sinuoso y un gran laberinto que debemos atravesar, a cualquier precio y soportando dificultades, para poder disfrutarlo. Pero esta idea no solo que es errónea, sino que es irreal, ya que el amor no es una meta, al igual que la felicidad, son un modo de vivir.

Si el amor nos destroza, no es amor; si el amor nos causa estragos e incluso una herida mortal, pues no es amor, es alguna otra clase de emoción que no hemos sabido manejar, pero no es en absoluto amor.

¿Entonces, por qué cuando una relación va mal o termina se siente dolor?

Hemos atribuido al amor un sin fin de situaciones, innumerables cargas y expectativas, le hemos hecho partícipe de tantos actos atroces y lo hemos considerado la causa de tantas historias falsas, cuando en verdad esas son experiencias que la vida de una persona abarca, y no necesariamente el amor está implicado.

Todos pasamos por situaciones complicadas, podemos fallar y fracasar en una relación de pareja, familiar o de amigos, podemos esperar más que aquello que estamos dispuestos a dar, pero eso no significa amor en su esencia, quizás le atribuimos amor a cualquier experiencia y ese es el problema.

El amor es un estado en que tanto lo que siento por mí y por los demás se encuentra alineado, hay un equilibrio, no puedo amar más a otra persona que lo que me amo a mí, de otra forma es dependencia, es alguna forma insana de estar en pareja.

Por lo tanto, y a modo de resumen, si amamos no debemos sufrir, y mucho menos justificar las malas decisiones, malas acciones que han tomado otros, o incluso nosotros mismos, y justificarlas en nombre del amor, porque ahí el amor no está presente.