El desarrollo de las emociones desde la infancia hasta la edad adulta

Emociones niños y su desarrollo

En general, se cree que el desarrollo mental de un niño ocurre solo en una dimensión cuantitativa: el niño es visto como un adulto pequeño en aspectos cognitivos y emocionales, como si solamente tuviera menos conocimiento, pensando que el crecimiento consiste en aumentar las habilidades a través de aprendizaje y que este proceso permite la maduración psicológica.

Muchas veces a los padres les resulta difícil interpretar los comportamientos de un niño y pueden aterrarse ante ciertas reacciones emocionales. Es por eso que este artículo puede resultar muy útil.

Ya que con la ayuda de la psicología infantil se describirán de manera concisa y simplificada algunas características del desarrollo mental del niño, no solo desde un punto de vista cognitivo sino también emocional.

La maduración del cerebro en la edad de desarrollo implica cambios en la forma de experimentar las emociones y, por lo tanto, las diferencias entre el niño y el adulto ocurren tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo: las emociones en la infancia son diferentes de la edad adulta.

Estudios de psicología y neurociencia ahora han definido con certeza que los niños son diferentes, no solo en la esfera cognitiva, sino sobre todo la emocional, ya que su cerebro aún es inmaduro y, en consecuencia, las experiencias son más afectivas e intensas.

Corteza prefrontal en la regulación de las emociones

En los adultos, la corteza prefrontal controla las respuestas emocionales, permite la inhibición de los impulsos y el manejo de la afectividad. A través de las sensaciones físicas que provienen del cuerpo, tenemos la capacidad de reconocer el miedo, la alegría, el asombro, la ira, etc.

Estos impulsos, aunque muy fuertes, logran ser controlados por el adulto que no se deja llevar completamente por sus instintos y puede modularlos. Solo la corteza prefrontal le permite amortiguar y dominar la situación, pensar, darse cuenta cuando su reacción es excesiva e inhibirla.

Específicamente, «la corteza orbitofrontal», una parte de la corteza prefrontal, maneja las reacciones emocionales y, cuando está dañada o subdesarrollada, el adulto resulta ser violento, ansioso, impulsivo, como lo confirman varios estudios de psicología clínica.[1,2]

También resulta interesante hablar sobre las «neuronas espejo» que se encuentran en esta área del cerebro. Nuestras neuronas espejo pueden conectarse a través de las señales que provienen de los sentidos (la mirada, por ejemplo) con las neuronas espejo presentes en otra persona.

De esta manera, las emociones de los demás pueden influir en nuestros sentimientos y nuestras reacciones emocionales (empatía, miedo, ira, etc.). La corteza orbitofrontal es fundamental en la vida afectiva, en la capacidad de desarrollar empatía y regular la afectividad.

Las habilidades sociales, por lo tanto, la capacidad de relacionarse con los demás de la manera más adecuada, dependen precisamente de la corteza orbitofrontal que se encuentra en el niño y que aún está subdesarrollada.

¿Los niños menores de 5 años no controlan sus emociones?

En muchos casos los papás tienen una idea consolidada de que un niño menor de 5-6 años puede controlar sus impulsos, pero esto en realidad es científicamente incorrecto y es una creencia que está en riesgo de crear expectativas innecesarias que se verán frustradas por el comportamiento real del niño.

Dado que ciertas funciones cerebrales en el niño aún no están maduras, los psicólogos infantiles consideran normales ciertas conductas a esta edad: gritar cuando se emocionan, estar sumergidos en un miedo incontrolado, querer todo de inmediato y no saber esperar, bromear y hacer gestos obscenos, levantar las manos, arrojar objetos, etc.

Sin embargo, es común que los padres, ante estas experiencias intensas o acciones impulsivas que parecen excesivas, esperen que el niño pueda usar la razón para comportarse de acuerdo con las reglas. Los padres pueden enojarse mucho y regañar al niño o temer que el niño sea inadecuado.

En estos casos es mejor contener al niño de inmediato y esperar a que se calme. Más adelante puede ser el momento de mostrarle en un lenguaje más concreto y directo cómo se deben modificar algunos comportamientos. Por ejemplo, con sus juguetes puedes replicar la situación que sucedió para que el niño pueda ponerse en el lugar de todos los personajes del juego.

El proceso de maduración de la corteza orbitofrontal, capaz de modular la afectividad, depende tanto del desarrollo del sistema nervioso infantil como de las experiencias de vida que el niño ha experimentado durante su crecimiento.

Por lo tanto, estamos diciendo que el desarrollo del cerebro está relacionado con aspectos genéticos y del entorno. En los primeros años de vida, la corteza orbitofrontal es decididamente inmadura.

Un niño de 3 años ya aprende de sus experiencias

De los 3 a 4 años, un niño tiene la oportunidad de aprender de sus experiencias ya que las emociones que sienten en la vida cotidiana actúan en contra en los circuitos cerebrales que afectan la maduración:

Si las experiencias son apropiadas para la edad del niño, la maduración se desarrollará fisiológicamente y los circuitos emocionales mejorarán, si el niño sufre traumas o está sujeto a experiencias negativamente afectivas que se repiten con el tiempo, la maduración en sí misma se inhibe o se bloquea.

Y varios estudios recientes han confirmado esto. Estos estudios han demostrado que la corteza orbitofrontal sufre alteraciones reales cuando un niño es maltratado en sus primeros años y que la consecuencia de esto es un compromiso en el desarrollo de la esfera emocional-relacional. [3]

La corteza cingulada tiene funciones similares a la corteza orbitofrontal y esta actúa específicamente como un enlace entre los pensamientos y emociones, y te permite adaptarse a nuevas situaciones y aprender de tus errores. [4,5]

La corteza cingulada permite reconstruir mentalmente un evento, evaluar una experiencia desde un punto de vista emocional diferente y observarla con otros ojos. La capacidad de reexaminar un sentimiento, es decir, combinar emoción y cognición, es una función necesaria durante el crecimiento porque te permite aprender a modular las reacciones emocionales.

La corteza cingulada es parte de la corteza prefrontal, que es el área atribuida al control racional de las emociones, pero alcanza su plena madurez solo en la edad adulta. Esta es una de las razones por las cuales cuando un padre le explica a un niño lo inapropiado que ha sido su comportamiento, no lo entiende como se espera que lo haga.

Como se dijo anteriormente, la corteza cingulada madura solo cuando somos adultos, sin embargo, la amígdala, que forma parte del sistema límbico, es un área que está madura desde el comienzo de la vida y de ella surgen experiencias impulsivas y emociones descontroladas.

Por lo tanto, durante la primera infancia, el ser humano no puede modular las reacciones emocionales y esta función debe ser realizada por un adulto de referencia: el niño experimenta emociones fuertes y no puede reflejar y analizar la situación por sí mismo, tiene una tendencia a actuar impulsivamente.

El impacto de las experiencias negativas para el niño

Desde los cinco hasta los seis años, la amígdala comienza a interactuar con la corteza prefrontal y el niño aprende a pensar antes de actuar, pero es un proceso gradual que lleva tiempo para madurar.

Otra función importante de la amígdala es memorizar, aunque sea inconscientemente, las experiencias emocionales negativas.

Cuando un adulto llega a perder el control de su paciencia ante el comportamiento de su hijo, le grita, tratará de intimidarlo para que se detenga y su expresión facial será amenazante, sometiéndolo a una experiencia emocional estresante que se inscribe a nivel neuronal a través de la amígdala.

Resulta que los niños registran recuerdos emocionales negativos que, ya que aún no pueden elaborar ni expresar, aumentan los temores inconscientes. Los recuerdos negativos inconscientes también pueden originarse frente a escenas violentas que el niño presencia pasivamente como sucede en familias en conflicto o entre padres que a menudo pelean entre sí frente al menor.

Otras situaciones que pueden dejar huellas emocionales negativas para el niño son ver programas de televisión que no son apropiados para su edad o videojuegos con contenidos demasiado violentos.

Mientras su capacidad de procesamiento cognitivo no se desarrolle adecuadamente, el niño debe estar protegido del riesgo de microtraumas repetidos a lo largo del tiempo que pueden causar miedos irracionales o ansiedad.

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  1. Epstein, D. J., Legarreta, M., Bueler, E., King, J., McGlade, E., & Yurgelun-Todd, D. (2016). Orbitofrontal cortical thinning and aggression in mild traumatic brain injury patients. Brain and behavior6(12), e00581. https://doi.org/10.1002/brb3.581 [Enlace]
  2. Séguin J. R. (2009). The frontal lobe and aggression. The European journal of developmental psychology6(1), 100–119. https://doi.org/10.1080/17405620701669871 [Enlace]
  3. Gold, A. L., Sheridan, M. A., Peverill, M., Busso, D. S., Lambert, H. K., Alves, S., Pine, D. S., & McLaughlin, K. A. (2016). Childhood abuse and reduced cortical thickness in brain regions involved in emotional processing. Journal of child psychology and psychiatry, and allied disciplines57(10), 1154–1164. https://doi.org/10.1111/jcpp.12630 [Enlace]
  4. Apps, M. A., Rushworth, M. F., & Chang, S. W. (2016). The Anterior Cingulate Gyrus and Social Cognition: Tracking the Motivation of Others. Neuron90(4), 692–707. https://doi.org/10.1016/j.neuron.2016.04.018 [Enlace]
  5. Perlman, S. B., & Pelphrey, K. A. (2010). Regulatory brain development: balancing emotion and cognition. Social neuroscience5(5-6), 533–542. https://doi.org/10.1080/17470911003683219 [Enlace]

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