Orígenes de la tendencia a creer en supersticiones

Origen de las creencias en supersticiones

Las supersticiones son un tipo de creencias reñidas con la racionalidad, que atribuye a razones mágicas las explicaciones de distintos fenómenos; procesos y todo lo relacionado a ellos.

Por lo general, las supersticiones están basadas en el seguimiento de algunas tradiciones populares; que conllevan un pensamiento enfocado en el mundo de la magia.

Quienes creen en ellas, infieren que determinadas acciones como son los rezos, los ensalmos, los conjuros, los hechizos, las  maldiciones y otros rituales; pueden llegar a influir trascendentalmente en su vida, o defenderla de algún mal.

Por razones obvias, las supersticiones son contrarias al pensamiento científico y a su metodología. Este, analiza e intenta explicar con estudios, observaciones y suposiciones bien estructuradas; los diferentes fenómenos que atañen al ser humano.

Por otro lado, la superstición se apoya en elementos sobrenaturales o en las denominadas pseudo ciencias para “resolver” diversas situaciones; sin atender al raciocinio o al apoyo científico que sustenten estas creencias.

Ahora bien, el elemento supersticioso es fiel acompañante de la raza humana, desde que esta comenzó a preocuparse por entender el entorno donde se desenvolvía.

Uno de los recursos de los que se valió para darle sentido a los fenómenos que observaba, fue la deificación de los mismos; como se puede apreciar en la mitología griega.

De ese modo, el mundo mágico fue creciendo, instalándose en las diversas culturas con su propio protagonismo; según la interpretación que cada una de ellas le daba a sus propias experiencias y observaciones.

La curiosidad como factor motivante

Por su naturaleza, el ser humano siente la necesidad de comprender cómo funciona el mundo; hasta el punto de sentirnos inquietos cuando no logramos entender algo, y por el contrario nos sentimos llenos de placer cuando logramos resolver los problemas, identificando su causa y efecto.

En el proceso evolutivo de nuestro cerebro, la curiosidad ha jugado un papel determinante en su propensión a obtener respuestas y a insistir en las cosas que le producen incertidumbre; gratificándose con sensaciones que producen placer al obtener las respuestas.

Precisamente esta curiosidad por entender los enigmas y la búsqueda de la satisfacción que este hecho acarrea, es lo que ha llevado al ser humano a apoyarse en el mundo mágico para dar respuesta a un sin número de acontecimientos que no logra comprender.

Es así como entonces, ante el desconocimiento del por qué suceden las cosas, fueron inventándose historias para tratar de explicarlas y darles algo de sentido; aunque en el fondo carecieran de veracidad. Ante tales circunstancias, era preferible tener un asidero imaginario que quedar sin respuesta.

Cuando la lógica no es perfecta

En muchas ocasiones, el pensamiento lógico no atiende a razones si no a observaciones, y es por eso que algunas de las creencias se basan en errores de interpretación; o en algún tipo de fallo intrínseco referido a cómo trabaja la mente.

Este tipo de situaciones son las que obran a favor, de que los seres humanos tengamos la tendencia de elaborar el mismo tipo de asociaciones erradas; entre lo que son las causas y los efectos.

Por eso, nuestra visión de lo que es el mundo suele tener “agujeros”; donde llegan a encajar perfectamente las creencias y la superstición antes que la lógica y la razón.

Es este el motivo por el cual, si nos ponemos a revisar concienzudamente toda la gama de  supersticiones, quiromancia, homeopatía, brujerías, etc.; seguramente nos encontraremos con todo un listado de pseudo verdades y sesgos cognitivos que las sustentan.

La tendencia a “humanizar objetos”

Existe en las personas una predisposición a referir sentimientos, emociones e intereses a algunos objetos inanimados.

Esta ha sido la base en la que se apoyan las diversas formas de magia, y es algo ya natural en nuestra especie y está tan arraigado; que incluso en nuestras mentes existen mecanismos específicos de asociación para vincular caras a cosas.

Por esa razón, al dirigir nuestra mirada al universo, tenemos la inclinación natural de dotarlo de personalidad propia; ya que nuestra tendencia es a establecer relaciones con otras personas, porque tenemos la necesidad de que exista algo junto a nosotros y si ese algo no está allí,  tendemos a inventarlo.

Es precisamente esa característica de nuestra estructura mental, lo que nos predispone al autoengaño; aunque no es el único aspecto.