¿Has notado que tu lenguaje corporal podría ser tóxico?

Lenguaje corporal persona tóxica

El lenguaje corporal puede ayudarnos a transmitir lo que deseamos o convertirse en un factor que estorbe la comunicación. Conozca que hacer y que evitar.

El lenguaje corporal es esa capacidad que tenemos de transmitir lo que pensamos y como nos sentimos de una manera clara, pero sin usar palabras. Es decir, se trata de una comunicación efectiva, no verbal; y el conocimiento de sus bases nos favorece en dos sentidos.

Por un lado, permite identificar a esos individuos tóxicos de nuestro entorno, cuyo contacto continuo tiene un impacto negativo en nosotros. Por el otro, nos ayuda a identificar los malos hábitos que poseemos y que dañan nuestras relaciones interpersonales.

La toxicidad se manifiesta, en muchas ocasiones, por medio de comentarios y opiniones que intentan desvalorizar a la persona que los recibe. Se trata de una especie de agresión que genera emociones desenergizantes, capaces de minar la autoestima y llegar a producir inclusive trastornos físicos.

En otros casos, el desdén y el rechazo se manifiestan con el silencio. Esto no quiere decir que haga menos daño; aunque sin duda, puede costar más identificar el problema. El individuo violento podría ser un compañero de trabajo, jefe, cónyuge, familiar, etc.

Por el contrario, si deseamos ser efectivos en la comunicación aparte de las palabras, básicamente, consideraremos dos aspectos: la postura y el movimiento. Al tomar la posición correcta al hablar (erguida, hombros rectos, brazos sueltos y mirada frontal) creamos confianza e inspiramos seguridad, confiabilidad y camaradería. El segundo elemento tiene que ver con el discurso; es decir, durante una presentación oral debemos desplazarnos de acuerdo a lo que queremos transmitir. Sin mostrar nerviosismo y agitando las manos con franqueza y libertad.

¿Cuándo el lenguaje corporal transmite hábitos tóxicos?

Las siguientes señales pueden, inadvertidamente, estar presentes en tu lenguaje corporal. Identifícalas y elimínalas a la brevedad posible:

  • Invasión del espacio personal. No se trata de límites ni distancias medidas con cinta métrica, pero instintivamente, nos gusta mantener un cierto espacio entre nosotros y nuestro interlocutor. ¿Es usted de los que se coloca tan cerca que percibe la respiración del otro? Retírese un poco y más todavía, si no habla con un familiar o amigo. Mientras menos estrecha la relación, más deberá alejarse; claro, sin llegar al extremo de tener que gritar para hacerse oír. La clave es el equilibrio.
  • Apuntar con el dedo. Muchas madres enseñan a sus hijos que eso es de mala educación; no obstante, algunos lo olvidamos al crecer. En especial, porque los maestros, figuras de autoridad lo hacían. Este es un mal hábito y una clara señal de agresividad que a nadie gusta. La razón, precisamente, es que nos regresa a la etapa infantil durante la cual tal gesto nos asustaba. Si tiene tal costumbre, elimínela de su repertorio a la brevedad posible.
  • Voltear los ojos. Aunque el gesto en ocasiones puede ser gracioso, por lo general resulta ofensivo. El que lo hace suele sentir que está siendo muy inteligente, cuando en general se muestra incrédulo o condescendiente. Esto provoca rechazo y frustración en el oyente, impidiendo que llegue el mensaje que se busca transmitir.
  • Mostrar desagrado ante un mal olor. Hay personas que tienen un sentido del olfato muy fino. Así, al sentir un aroma corporal desagradable (aliento, sudor, grasa, etc.) lo manifiestan arrugando la nariz, alejándose o tapándose la cara con la mano. Aun si se trata de movimientos inconscientes hay que identificarlos y eliminarlos, puesto que el interlocutor podría sentirse ofendido o humillado. 

La agresividad al hablar tampoco es bien vista

La lista anterior no pretende ser exhaustiva, existen muchas otras acciones que entorpecen la comunicación. Por ejemplo, apretar los puños mientras se habla, en contraste con las palmas abiertas y accionadas con un cierto movimiento suave. O no hacer contacto visual, un gesto que siempre se ha asociado con quiénes mienten u ocultan información.

Tragar saliva continuamente, lo que mostraría incomodidad o temor. E incluso, balancearse de modo perceptible, como listo para correr, porque implica que se está nervioso o fastidiado. 

Asimismo, al hablar conviene eliminar ciertas conductas desagradables que resultan violentas u ofensivas:

  • Usar términos relativos a animales para describir a alguien. Ese sería el caso de quien llama vaca a los que sufren de obesidad o bestia al que carece de motricidad fina.
  • Recurrir a exageraciones para manifestar un sentimiento negativo. Vemos esto cuando alguien se molesta por un detalle pequeño y grita a voz en cuello que eso le indigna sobremanera. O dice que algo que a otro solo causaría tristeza, que a él le parte el alma.
  • Repetir monótonamente la misma queja. Recriminar a alguien empleando un discurso reiterativo es también un modo de intentar imponer una opinión o hecho a los demás. 

Por último, recuerda que tu lenguaje corporal a veces dice más que tus palabras. Si te has sentido identificado con algunas de estas situaciones, tal vez sea hora de hacer un alto, y corregir tales hábitos. Trata de estar pendiente de dichas acciones y contrólalas de manera consciente; así, no serás considerado tóxico por el oyente. Un psicólogo puede ayudarte a analizar las causas subyacentes de la o las conductas desagradables para erradicarlas definitivamente.