Los buenos modales y la madurez emocional de los niños

Enseñar los buenos modales a los niños

Los buenos modales son parte de la clave para una comunicación respetuosa y agradable con los demás. Enseñárselos a los niños desde pequeños es vital.

Los buenos modales son fundamentales para el éxito en las relaciones interpersonales y esto incluye tanto a los adultos como a los niños y jóvenes. El respeto es la base de una buena comunicación a todos los niveles, formales e informales, en el hogar, la escuela o el trabajo; y el uso de las sencillas fórmulas tradicionales “por favor”, “gracias”, “hola”, “hasta luego”, “¿cómo te encuentras?” y otras, nunca está de más.

Respecto a este tema es importante hacer dos aclaratorias. Primero, nunca es demasiado pronto para empezar a enseñar cortesía a un niño; aun desde la cuna un bebé tiene la capacidad de distinguir el tono y la intención incluso cuando todavía no haya aprendido las palabras. Pero, si siempre las ha escuchado, con toda certeza, al comenzar a hablar las va a usar.

Segundo, la mejor técnica de enseñanza de todos los tiempos es el ejemplo. ¿Qué significa esto? Algo tan sencillo como que, la única forma de que su hijo aprenda a dirigirse y tratar a los demás del modo correcto es que usted lo haga de la misma manera. Si habla a gritos, es grosero, carece de cortesía y le falta el respeto, puede estar seguro de que él repetirá sus acciones. La buena noticia sería que, nunca es tarde para corregir esos errores.

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Los buenos modales no pasan de moda

Cuando mucho se adaptan a los tiempos; por eso, en la actualidad existen normas como no escribir mensajes de texto en mayúscula (equivalente a gritarle al interlocutor), silenciar el móvil al entrar a una reunión u otras que han nacido con la tecnología de esta época.

Sin embargo, cederle el asiento a una mujer embarazada o a un anciano, independientemente de su sexo, en el transporte público o no tirar papeles al suelo sigue manteniendo la vigencia del primer día.

La convivencia en sociedad exige el cumplimiento de ciertas normas básicas e ineludibles sin las cuales no podemos llamarnos civilizados ni funcionar adecuadamente.

Y un niño bien educado, más allá de haber memorizado las reglas de cortesía y de saber emplearlas con propiedad en cada oportunidad, ha madurado en lo emocional lo suficiente para cumplir el rol que de él se espera. Es decir, posee la seguridad en sí mismo y la autoestima necesaria para triunfar en la vida.

La urbanidad, en la práctica, nos permite que las nuevas generaciones crezcan seguras y sientan confianza a la hora de acercarse a sus mayores. Asimismo, les ayudan a definir su posición y a relacionarse con sus congéneres de una forma expedita. O sea, este es un elemento que abre las puertas y por tanto, resulta imprescindible para disfrutar de éxito social, lo que les ayudará a convertirse en adultos realizados y felices.

¿Cómo enseñarlos en la práctica?

Una persona maleducada tiende a ser marginada, siendo esta a la larga una causa permanente de infelicidad. Así que, comience hoy mismo a transmitir lecciones simples a su prole con paciencia y calma. La clave es la repetición continua y una mínima tolerancia para aquellos gestos, expresiones y conducta inaceptables. Si su pequeño le dice “dame agua”, usted con amor le responde “¿cómo se decía?” Y no se la entrega hasta escuchar que la pide “por favor”.

Eso sí, no se vaya al otro extremo, no es un robot. Si las exigencias son muy estrictas y desagradables podrían provocar una desestabilización emocional, creando una persona sumisa más que comprensiva. Aquí, como en todos los casos, el equilibrio es la clave. Al cohibirlo no estará alcanzando la meta sino dando origen a un trauma que más adelante podría pasarle factura a ambos.

En resumen, el desarrollo emocional sano permite que los niños comprendan, reconozcan y expresen sus sentimientos con buenos modales. Se trata de lecciones de vida que favorecerán que a través de todo su crecimiento alcancen sus metas y creen relaciones interpersonales satisfactorias.

También es cuestión de mantener una actitud correcta, ser optimistas, tolerar los reveses y aprender de los fallos; sin duda, aspectos sumamente valiosos hoy y siempre.