4 reglas para una comunicación sin agresión

Cómo tener una comunicación sin agresión

Nuestras conversaciones a menudo se convierten en un infructuoso intercambio de reproches, pero la comunicación sin agresión es posible y podemos hacer muchas cosas para cambiar nuestra forma de comunicarnos.

¿Cómo se puede evitar esto? Ser capaces de ver los hechos, ser conscientes de nuestros sentimientos, expresar nuestras necesidades, formular nuestras inquietudes con claridad: estos son los componentes del método que nos ayuda a encontrar las palabras adecuadas.

4 reglas para la comunicación sin agresión

La clave para una comunicación exitosa es hablar con claridad. Parecería muy simple, pero más a menudo nos entregamos a un razonamiento abstracto verboso y casi nunca hablamos de cómo nos sentimos en este momento.

Cuando tiramos todo lo que hemos acumulado sobre el interlocutor, su atención se debilita: se ahoga en el torrente de nuestras palabras. La claridad y la precisión son los principios fundamentales del método de «comunicación no violenta» desarrollado por el psicólogo estadounidense Marshall Rosenberg.

Una vez dominadas sus cuatro reglas básicas (observación sin prejuicios; reconocimiento de nuestros sentimientos, identificación de las necesidades asociadas a estos sentimientos y formulación de solicitudes específicas), aprenderemos a hablar para que el interlocutor nos escuche y comprenda. Y como resultado, la comunicación con nuestra pareja e hijos, padres, amigos y colegas será efectiva.

1. Ver los hechos de manera imparcial

Involuntariamente, notamos en el comportamiento de otra persona aquello que nos obstaculiza (molesta, ofende): en el trastorno de un niño; la pareja volvió tarde a casa otra vez … Y concluimos: el desorden es prueba de pereza, llegar tarde es manifestación de falta de respeto. “Es importante ver la situación de manera objetiva y no juzgarla”, dice Marshall Rosenberg.

Los juicios de valor provocan una fuerte protesta emocional en el interlocutor y un deseo de defenderse de nosotros.

De hecho, no es fácil percibir a otras personas, sus palabras y acciones, sin emitir juicios. Evaluando, generalizando («tú siempre …»), exagerando, colgando etiquetas, reducimos nuestra percepción de otra persona y no podemos comunicarnos de manera constructiva.

“Los juicios valiosos provocan una fuerte protesta emocional en el interlocutor, un deseo involuntario de defensa”, explica la psicoterapeuta y psicóloga social Margarita Zhamkochian.

Es por eso que a menudo escuchamos algo hiriente y grosero como respuesta. Nuestras palabras se perciben como un ataque y evocan el único deseo: defenderse de ellas. Una declaración de hecho, una simple descripción de lo que vemos, por el contrario, ayuda a evitar malentendidos, disputas.

Nuestro interlocutor tiene una opción, libertad de maniobra. El psicólogo Marshall Rosenberg sugiere reemplazar la estimación por la observación. En lugar de acusaciones insensatas y ofensivas («¡Nunca terminas el trabajo!», «¡Eres un vago!»), Puedes limitarte a las palabras: «El trabajo no está hecho».

2. Reconoce tus sentimientos

Pregúntate: «¿Por qué me molesta esto?» Escúchate a ti mismo, averigua lo que sientes en relación con la situación (enfado al ver una desatención, tristeza por no recibir la llamada que esperas), en lugar de adivinar por qué los demás hacen esto (“Mi hijo me está acosando”, “Mi pareja me abandona”).

Cada uno de nosotros es capaz de distinguir muchos matices de nuestras experiencias; la dificultad radica en que en muchas culturas existe un tabú: hablar de uno mismo y de nuestros sentimientos es vergonzoso, indecente y rayano en el narcisismo. Además, la mayoría de nosotros crecimos en familias donde los sentimientos no se consideraban algo importante, y hoy muchas veces los “escondemos”, los desplazamos.

Comprender nuestros sentimientos significa aclarar lo que está vivo en nosotros, pero al mismo tiempo permitir que el otro se sienta parte de ellos. Cuando hablamos de nosotros mismos, invitamos al otro a hablar abiertamente sobre cómo se siente también.

3. Expresa tus necesidades

Nuestros sentimientos esconden las necesidades y los valores que les dieron vida; y cuando alguien nos evalúa o con sus acciones cuestiona nuestras necesidades, reaccionamos instantáneamente con un fuego artificial de emociones. Solo desentrañando esta maraña de experiencias, dándonos cuenta y nombrándolas, podemos dar el siguiente paso: comprender qué necesidades fueron perturbadas e incluso infringidas en esta comunicación.

Entendiéndonos a nosotros mismos, nos es más fácil comprender los deseos del otro: las necesidades fundamentales (de amor, reconocimiento, seguridad, etc.) son las mismas para todos.

Para evitar las «relaciones de poder», es importante percibir a nuestro interlocutor como un aliado, y no como un enemigo.

En la comunicación sin agresión, el primer pensamiento siempre es sobre ti mismo, señala Marshall Rosenberg. Así que inevitablemente tenemos que lidiar con nuestros propios miedos y nuestras verdaderas necesidades.

4. Formula tus pedidos

Es hora de pedirle a la otra persona que actúe de una manera que tenga en cuenta tus sentimientos y necesidades sin prejuzgarlos.

Cuidado, evita las declaraciones negativas: frases como «¡No toleraré más el desorden en tu habitación!», «¡No te atrevas a llegar tarde!»; este tipo de afirmaciones no dan resultados positivos, por el contrario, aumentan la resistencia.

La solicitud debe expresarse claramente y nombrar acciones positivas específicas: «Quiero que quites la ropa y la pongas en el armario de inmediato«, «Quiero que llames cuando pienses llegar tarde«. Las declaraciones nebulosas, abstractas y ambiguas solo causan confusión. Por el contrario, cuanto más claramente comunicamos lo que queremos obtener, más probabilidades hay de que lo consigamos.

Sin embargo puede haber un problema: lo que decimos y lo que escucha nuestro interlocutor no siempre coincide. Por lo tanto, es muy importante comprender si nuestras palabras han sido escuchadas. Y para ello necesitamos pedirle al otro que formule cómo entendió nuestra petición, que exprese su punto de vista sobre la situación, observando cuatro reglas (observación, sentimiento, necesidad, petición).

El arte de la comunicación radica precisamente en comprobar constantemente la precisión con la que nos entendemos.