Por qué somos tan adictos a las redes sociales

La adicción a las redes sociales

Las redes sociales tienen una presencia innegable en la vida de la mayoría de nosotros. Pero, ¿por qué son tan adictivas? Tres teorías psicológicas diferentes proporcionan la respuesta sobre esta adicción moderna.

En los últimos meses, muchos de nosotros hemos pasado más tiempo que nunca frente a una pantalla. Para quienes trabajan desde casa, se ha dedicado mucho tiempo a tareas relacionadas con el trabajo. Sin embargo, durante el período de cuarentena, también hubo un fuerte aumento en la socialización en línea y el contacto con amigos y familiares.

Es difícil imaginar cuán diferente hubiera sido nuestra experiencia si la pandemia no nos hubiera golpeado en la era anterior a Facebook, WhatsApp, Instagram y Zoom. Habríamos experimentado el aislamiento de una manera mucho más directa, sin acceso a tecnología y aplicaciones, lo que nos permitió a la mayoría de nosotros estar en contacto con las redes sociales.

¿Por qué somos tan adictos a las redes sociales?

Es interesante observar nuestra relación con estas redes en el contexto del trabajo de los teóricos, cuyas ideas pueden ayudarnos a desarrollar una comprensión más clara de los impulsos que influyen en nuestras decisiones de dedicarles tanto tiempo.

1. FOMO – Miedo a no quedarse «afuera»

La primera razón por la que las redes sociales pueden ser tan adictivas está relacionada con el acrónimo FOMO (Fear Of Missing Out), es decir, el miedo a perdernos lo que está sucediendo o, por el contrario, el miedo a quedarnos «al margen».

Las redes sociales crean un sentido de pertenencia y un sentido de comunidad. Construimos relaciones con personas que comparten los mismos intereses y valores que nosotros, siguiéndolas, compartiendo sus publicaciones o incluso interactuando directamente con ellas.

Podemos mantenernos en contacto con amigos y colegas, con quienes de otro modo nos hubiéramos perdido, mientras podemos seguir sus vidas en línea. Podemos participar en eventos importantes, ya sea a través de una respuesta a una manifestación planificada, mediante la expresión del humor o la ira como resultado de las acciones controvertidas de una figura pública, o mediante la expresión de solidaridad después de un desastre natural o ataque terrorista. Invertimos en estas conexiones, dándoles valor y significado.

Si nos distanciamos de las redes sociales, nos sentimos privados y nos preguntamos qué tipo de conexiones y experiencias compartidas tienen los demás durante nuestra ausencia, mientras permanecemos «en el exterior». Si nunca hemos estado involucrados con las redes sociales, estas relaciones no tienen ningún valor para nosotros, pero una vez que nos registramos, el miedo a perder lo nuevo hace que sea difícil liberarnos.

2. Confirmación

El valor de los objetos sociales radica en las respuestas que generan, otra razón clave que hace que las redes sociales sean adictivas. Las redes sociales nos animan a centrarnos en la confirmación y el reconocimiento que ofrecen. Si subes una foto a Instagram, las notificaciones te permitirán saber a cuántas personas les gustó. Cuanto más, mejor, ¿verdad?

Cuando respondes a una publicación de un escritor, político o comediante en Twitter y ves que les gusta tu comentario, te sientes orgulloso y visible. Del mismo reafirma nuestras perspectivas al incitar, atacar o manifestar ideas similares a las de los personajes que seguimos.

El psiquiatra suizo Eric Berne desarrolló el concepto de «caricias». Definió las caricias como «la unidad fundamental de la acción social». Como los niños, los adultos necesitan contacto físico (caricias). Estas caricias pueden ser simbólicas, físicas, verbales o incluso online. Una caricia física puede ser un abrazo, una caricia verbal puede ser una conversación o incluso un saludo rápido.

Las «caricias» pueden ser incondicionales («eres alguien maravilloso«) O condicionales («eres maravilloso, pero no cuando no estamos de acuerdo en política»). Puede ser positivo o negativo. Berne se refirió al «hambre de reconocimiento» diciendo que incluso una «caricia» negativa es mejor que una falta de reconocimiento, y esto se extiende a nuestra vida en línea.

Nuestras vidas modernas y ocupadas, o como sucedió recientemente con la cuarentena, a menudo requieren menos oportunidades para socializar con amigos y familiares individualmente y, por lo tanto, menos oportunidades para la comunicación y el reconocimiento físico o personal.

Las redes sociales nos ofrecen, a través de retweets, likes, notificaciones e incluso a través de interacciones negativas, una alternativa virtual para recibir estas caricias y aprobaciones.

3. La comodidad

Una tercera teoría, que puede ayudarnos a comprender por qué somos tan dependientes de las redes sociales, está relacionada con el dispositivo a través del cual nos conectamos a ellas con mayor frecuencia, es decir, nuestro teléfono móvil. Esta teoría proviene del psicólogo infantil DW Winnicott.

Winnicott introdujo el concepto de objeto transitorio. Este objeto le permite al niño pasar de su visión narcisista primaria del mundo, donde no puede ver más allá de sí mismo, a comprender y amar a los demás como individuos completos que están separados de sí mismo.

El objeto transitorio es lo primero que centra la atención de un niño, y que le permite desarrollar una percepción tanto de sí mismo como de los demás a su alrededor, ofreciendo al mismo tiempo una fuente constante de seguridad y comodidad. Recuerdas un juguete de peluche que tenías de niño o la manta que tuviste que abrazar o masticar para relajarte antes de acostarte. Estos fueron tus elementos de transición.

Por supuesto, con el tiempo, un niño se vuelve más independiente y menos apegado emocionalmente a su objeto de transición. Sin embargo, esta posibilidad de inversión emocional permanece mientras, en la vida posterior, otros objetos pueden cumplir el mismo papel.

En el caso de los adolescentes, esta energía emocional puede dirigirse hacia un cantante famoso, un actor, un grupo cultural específico o un conjunto de valores.

Los objetos culturales pueden ser objetos de transición muy eficaces para los jóvenes, ya que ofrecen espacio para la creatividad , la imaginación y la exploración de una posible realización personal, y se encuentran en algún lugar entre el mundo interior del yo y el mundo exterior de la realidad material.

Recientemente, varios teóricos han argumentado que el móvil puede asumir el papel de objeto transicional. Como un juguete de peluche, los teléfonos móviles pueden ofrecer una sensación de comodidad e intimidad en un entorno desconocido.

Cuando estamos sentados en un restaurante esperando a un amigo o estamos en una reunión de negocios con desconocidos, el móvil nos ofrece una forma de conectarnos tanto con objetos sociales como con personas que conocemos, para que nos sintamos menos solos o vulnerables.

A pesar de los peligros psicológicos conocidos, que están específicamente asociados con las redes sociales, los teléfonos móviles pueden ofrecernos un medio de escape de donde estamos físicamente, a un espacio mental más íntimo y relajado, proporcionando alivio o liberación.

El peligro surge cuando los teléfonos móviles penetran demasiado en nuestras vidas

La lista de pendientes transforma nuestra vida en una serie de quehaceres. El fácil acceso a nuestro correo electrónico permite que nuestra vida profesional invada nuestra vida personal. Nuestra necesidad constante de hacer algo o de estar constantemente actualizado, nos distrae y nos impide nuestra capacidad de simplemente existir, porque tratar de agarrar constantemente nuestro teléfono celular interrumpe nuestra concentración y experiencias.

Si bien nuestro teléfono móvil a través del acceso que nos brinda a las redes sociales, puede ser una herramienta para mejorar nuestras relaciones y brindarnos una fuente de consuelo que disipe cualquier sensación de aislamiento, existe el riesgo de que seamos demasiado dependientes de nuestra existencia digital, y así perdernos el mundo real.