La mitología Nórdica y el Señor de los anillos de Tolkien

J.R.R. Tolkien

J. R. R. Tolkien, el autor de «El señor de los anillos», fue un gran lector de la mitología Nórdica, y gran conocedor de la literatura de la edad media. Por ello (y junto al análisis de estudiosos en la materia de los mitos y cosmovisiones Nórdicas) podemos relacionar sin temor a la duda, la gran relectura que se puede realizar de la cosmogonía Nórdica en los libros de «El señor de los anillos».

David Day, autor de «El Anillo de Tolkien» (Ediciones Minotauro -1999) deja en evidencia, mediante un análisis pulcro de la obra de Tolkien, el paralelismo y simbolismo del anillo con las creencias Nórdicas, junto también a otros símbolos y personajes traídos de la misma. 

Paralelismos y simbolismo entre «El señor de los anillos» y la mitología Nórdica

A continuación se cita dicho análisis, y se invita a los lectores a seguir ellos mismos encontrando las similitudes y herencias traídas de esta antigua mitología.

El símbolo del anillo

Anillo y simbolismo en El señor de los anillos

Para los vikingos (habitantes del Midgard, literalmente la Tierra Media), el anillo era un símbolo de fama y riqueza, los signos externos más preciados. Para un rey o un jarl, el calificativo de donador de anillos era la mejor alabanza en la boca de un escaldo. Y un anillo (o un brazalete, que viene a ser un anillo más grande) era la compensación habitual a cambio de una buena poesía. De igual manera, los guerreros valerosos recibían anillos tras las batallas ganadas.

En los templos o en los lugares de las granjas nórdicas habilitados para las celebraciones religiosas, siempre había un anillo de los juramentos. Tocándolo hacían los vikingos sus promesas más solemnes, aquellas que cumplían aunque les fuese la vida en ello.

El anillo de Odín

Odín, que tenía un anillo llamado Draupnir, en su búsqueda del conocimiento y el poder, viajó por los nueve mundos bajo distintas identidades, aunque su imagen más habitual era la del viejo viajero de larga barba, sombrero ancho y una capa gris o azul.

Esa es justamente la apariencia que siempre se ha atribuido a los hombres de conocimiento: magos, brujos, druidas, hechiceros.

Es la imagen que nos ha sido legada desde las crónicas antiguas a los modernos escritores, y que valen tanto para Merlín como para Gandalf. Apariencia deudora de aquel Odín viajero o vagabundo.

Claro que no es solamente la imagen del hombre que busca la sabiduría siempre con buenos fines, ya que era un Dios carente de moral, es decir, sus acciones no estaban movidas por lo que habitualmente conocemos como el bien y el mal.

Por eso, en la historia de Tolkien se divide en los aspectos que podríamos considerar positivos y negativos de Odín, la magia blanca de Gandalf y la magia negra de Sauron.

Los dioses nórdicos pertenecían a dos razas: los Asir y los Vanir. Los de Tolkien son Ainur y Valar. El Asgard nórdico, al que se llegaba a través del Bifrost (el puente del Arco Iris), se transforma en Aman, al que se llega por el Camino Recto.

Odín pasó por un terrible ritual iniciático que le llevó a conseguir el conocimiento de las runas. No menos terrible fue ese otro ritual que le llevó a perder un ojo a cambio de la sabiduría. Algo parecido encontramos en la transformación del Gandalf el Gris en Gandalf el Blanco, que ya conoce las runas, además de poseer otros poderes. Por otro lado, Sauron también se queda con un solo ojo.

Los enanos en el libro de Tolkien

Los nombres de los enanos de Tolkien están directamente sacados del Edda de Snorri Sturlusson: Thorin, Dwalin, Balin, Kili, Fili, Bifur, Bofur, Bombur, Dori, Nori, Ori, Oin, Gloin, Thrain, Thror, Sain, Nain, Durin. Incluso el nombre del propio Gandalf está sacado del Edda.

Los trolls de piedra o de las nieves son una transformación de los gigantes de las montañas o de escarcha nórdicos, mientras que los gigantes de fuego, sobre todo Surt, se verán reflejados en el balrog, gigantesco ser portador de una espada flamígera.

El fin del mundo fusionado

El Valhalla, lugar destinado a los mejores guerreros caídos en combate, donde aguardarían la llegada del Ragnarok, Tolkien lo transforma en la Estancia de Mandos de Aman, donde los elfos muertos esperan igualmente el Fin del Mundo. En ambos casos, el fin de los tiempos es un tránsito hacia un nuevo comienzo cargado de esperanzas.

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