Educar a un hijo es una de las mayores prioridades que tienen los padres. Los cuales muchas veces llegan a hacerse mil preguntas sin saber qué es realmente correcto hacer y qué no. ¿Cómo podemos educar a nuestros hijos? O más bien, ¿qué significa adoptar una educación respetuosa y ser padres empáticos?
Tratemos de entender mejor este aspecto para encontrar las mejores estrategias para implementarlo.
¿Qué significa realmente ser padres empáticos?
A menudo, la palabra «educar» se asocia con diversas expresiones como «imponer reglas» o «inculcar valores». Esta es la idea que generalmente tenemos de la educación.
Sin embargo, a veces al hacerlo nos olvidamos de algo fundamental: queremos a toda costa independizar a nuestros hijos y educarlos, pero al mismo tiempo esperamos que hagan lo que decidamos por ellos.
Este método de comunicación es ambiguo, poco eficaz: suele caracterizarse por castigos, e imposiciones. Pero, ¿estamos realmente seguros de que todo esto está en sintonía con la palabra «educar»?
Si aprendiésemos a hacer esto usando empatía, tal vez podríamos entender el verdadero significado de esta palabra.
Pero, ¿qué significa ser padres empáticos? Significa impartir un sentido de respeto: respeto por el otro, por lo que siente. Significa escuchar el mundo del otro y tener confianza en sus habilidades y cualidades.
Estrategias para la educación empática
En definitiva, la palabra empatía correspondería a otros términos como comprensión, aceptación y respeto. Sin embargo, otros términos como castigos e imposiciones no son muy compatibles en este caso.
Un padre empático ciertamente no es un padre autoritario sino un padre que sabe ponerse en el lugar de su hijo a través de una escucha activa. Que no se limita solo a escuchar, sino a entender realmente lo que nuestro hijo nos dice, respetando sus tiempos y maneras.
1. Aprende a observar en vez de reaccionar
Si nuestro hijo tiene un comportamiento que nos parece incomprensible, no nos lancemos inmediatamente a hacer conclusiones, sino que paremos por un momento y aprendamos a observarlo.
No emitimos juicios o etiquetas inmediatamente: tratemos de entender qué significa ese comportamiento para nosotros.
En este sentido también podemos activar un diálogo y darle la oportunidad de expresarse: así también nos daremos la oportunidad de comprender y observar, a través de los ojos del otro.
Esto es empatía. Ver cómo ve el otro, sentir cómo siente el otro. Observar lo que observa el otro.
2. Aprender a actuar como padres empáticos
El adulto podrá ser una guía solamente si es capaz de practicar lo que quiere enseñar. En definitiva, debes ser capaz de mantenerte en cercanía con tu hijo, sin esperar soluciones inmediatas, debes ser paciente y ser capaz de tolerar cualquier frustración.
Solo así podrás comprender verdaderamente las necesidades del niño sin caer en una educación laxa o en una educación basada en el miedo y autoridad absoluta.
Por eso, si queremos hijos educados, debemos redescubrir y revalorizar el papel del adulto que debe ser el primero en saber actuar, a partir de una sana comprensión de uno mismo y del mundo.
3. Aprende a comunicarte y actuar de forma empática
Para impartir una educación empática, un padre debe saber actuar dando a su hijo el espacio adecuado para poder cometer errores. Creando conciencia de que estos son pasos necesarios para el crecimiento.
Un padre debe poder comunicarse con sus hijos y esto requiere, por ejemplo, preguntar sobre sus preocupaciones, pensamientos y sentimientos.
Para esto un padre puede tratar de pasar tiempo con su hijo, viendo una película con él y comentándola juntos o jugando con él, con lo que le apasiona, hablando de cómo le hace sentir esto.
4. Los padres empáticos comprenden las cosas que no se dicen
Si queremos educar a nuestros hijos de manera empática y respetuosa debemos evitar decir frases como “no llores” y “no te enfades”.
Hacer esto significa negar sus sentimientos: sin embargo, hace solo un momento dijimos que debemos ser capaces de comprender el mundo emocional del otro, ¿no?
Los niños deben ser capaces de escuchar sus propias necesidades emocionales y actuar en consecuencia. Un padre seguramente nunca querría ver sufrir a su hijo, pero esto se volvería inevitable si bloqueamos sus sentimientos.
Solamente podemos ayudarlos si los acogemos. De hecho, así se sentirán comprendidos y dignos de ser comprendidos.
5. Mostrar menos rigidez y no tener miedo de la vulnerabilidad
El adulto debe ser capaz de despojarse de la rigidez que muchas veces lo caracteriza y debe permitirse la oportunidad de mostrarse sin filtros. Exponiendo sus lados más sensibles porque todos los tenemos, incluso los padres. Y esto es algo que los hijos deben saber.
No deben creer que somos invulnerables: así podremos establecer una relación auténtica, verdadera, leal.
Por ejemplo, si nuestro hijo está teniendo un comportamiento que nos molesta, podemos expresar lo que estamos sintiendo. Sin embargo, sin dar a entender que es él quien está mal. Esto es posible si observamos las cosas sin juzgar.
Por ejemplo, si nuestro hijo ha dejado todos sus libros de la escuela desordenados en su escritorio, evitemos decir «eres un desastre». En su lugar podemos decir lo que observamos para que él también se de cuenta de ello, «vi que pusiste los libros en el escritorio».
Esto seguramente le permitirá tomar conciencia de su acción sin hacerlo sentir inadecuado.
6. Aprende a compartir
Para educar de forma empática es esencial que tratemos de dar importancia al compartir. Esto quiere decir compartir reglas, decisiones, pensamientos que también conciernen a la familia y al hogar.
Si involucramos a nuestros hijos en estos asuntos, les enviaremos un mensaje alto y claro: “eres digno de ser considerado”.
Los niños conviven con nosotros todo el tiempo, observan y es justo que ellos también puedan opinar y es igualmente justo que entiendan que sus opiniones también son importantes.
7. Aprende a decir no diciendo sí
Como dijimos anteriormente, una educación empática definitivamente no es una educación laxa. De hecho, un padre puede incluso ser capaz de decir «no» si lo considera oportuno.
Pero es la forma en que lo hace lo que marca la diferencia: cuando decimos «no» a una petición suya, tratemos de enfatizar que estamos diciendo «sí» a otra cosa.
Por ejemplo, si nuestro hijo nos pide que juguemos con él y no podemos porque estamos preparando el almuerzo, le podemos responder así: “Tengo que decir que no mi amor porque estoy diciendo que sí a preparar el almuerzo. Eso no significa que no podré hacerlo más tarde».
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