Familias tóxicas y chivo expiatorio: por qué culpan siempre al mismo y se alían entre victimarios

El concepto de chivo expiatorio tiene raíces ancestrales: proviene de un ritual bíblico en el que un animal cargaba simbólicamente con los pecados de la comunidad y era enviado al desierto, liberando así al pueblo de su culpa. Trasladado al ámbito psicológico y social, este término describe a la persona que, dentro de un grupo, es injustamente señalada como responsable de los conflictos, los errores o las tensiones colectivas.

En el caso de las familias disfuncionales, esta figura adquiere un peso particular. El chivo expiatorio se convierte en el blanco donde se descargan frustraciones y culpas que en realidad corresponden a los demás miembros. Así, se establece una dinámica de manipulación y negación que impide reconocer los problemas de fondo.

Cómo se elige al chivo expiatorio

El miembro señalado suele ser alguien que rompe con la narrativa establecida dentro de la familia. Con frecuencia se trata de la persona más sensible, empática o perceptiva, capaz de identificar inconsistencias y denunciar abusos. Paradójicamente, esas cualidades lo vuelven una amenaza para el statu quo y lo colocan en la posición de “culpable”.

Ejemplos frecuentes incluyen:

  • El hijo que cuestiona las conductas autoritarias de un padre o madre.
  • La hija que no se ajusta a los roles de género rígidos que se esperan de ella.
  • El familiar que habla abiertamente de problemas de adicción o violencia que los demás prefieren callar.

En cada caso, el grupo desplaza sobre esta persona sus tensiones internas, etiquetándola como la “rebelde”, la “problemática” o la “oveja negra”.

El funcionamiento de la dinámica tóxica

La disfuncionalidad familiar se caracteriza por la falta de comunicación clara, la negación de los conflictos y la manipulación emocional. Dentro de este contexto, el chivo expiatorio es la pieza perfecta para mantener la ilusión de estabilidad.

Por ejemplo, si existe un padre o madre con rasgos narcisistas, el hijo que manifiesta su dolor o muestra inconformidad se convierte en la amenaza directa al control. Se le acusa de ser el origen de los problemas, lo que refuerza la narrativa de que “todo estaría bien si no fuera por él o ella”. De este modo, el resto de la familia evita confrontar sus propias carencias y debilidades.

Este mecanismo de defensa colectivo tiene un costo alto:

  • El verdadero origen del conflicto permanece oculto.
  • El grupo se cohesiona alrededor de la culpa proyectada en una sola persona.
  • El miembro señalado desarrolla sentimientos de aislamiento, baja autoestima y ansiedad.

Consecuencias emocionales en el chivo expiatorio

Quien ocupa este rol vive en un estado de tensión constante. La percepción de ser siempre “el problema” puede llevar a:

  • Internalizar la culpa y desarrollar una autocrítica desproporcionada.
  • Ansiedad y depresión, producto de la constante invalidación.
  • Aislamiento social, al sentir que no hay espacio seguro donde expresarse.
  • Relaciones inestables en la adultez, al reproducir patrones de victimización o búsqueda de aprobación.

Aunque muchas veces el chivo expiatorio es también el más resiliente —ya que aprende a adaptarse y a sobrevivir en contextos hostiles— la carga emocional que soporta es profunda y deja huellas a largo plazo.

Romper con el ciclo

Identificar esta dinámica es un paso fundamental para salir de ella. La persona señalada debe comprender que no es la causa real de los problemas familiares, sino la pantalla donde se proyectan las fallas colectivas.

Existen diversas estrategias para romper el ciclo:

  • Terapia individual o familiar, que permita reconocer los mecanismos de manipulación.
  • Establecimiento de límites claros, evitando quedar atrapado en discusiones que refuercen la culpa.
  • Red de apoyo externa, como amistades, grupos de ayuda o mentores, que brinden una visión más objetiva.
  • Autoafirmación, es decir, recuperar la confianza en la propia percepción y no dejarse arrastrar por el discurso familiar.

Una verdad incómoda

Lo más difícil de aceptar es que muchas veces la familia disfuncional no está dispuesta a sanar. Prefiere mantener la ilusión de unidad culpando a un miembro en lugar de asumir la responsabilidad compartida. En esos casos, la salida puede ser dolorosa, pero necesaria: tomar distancia, proteger el bienestar emocional y construir una vida donde no se repita el mismo patrón.

El chivo expiatorio no es el villano que interrumpe la armonía, sino la víctima de un sistema que rehúye a la verdad. Reconocerlo es un acto de dignidad y el primer paso hacia la libertad emocional.

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