Silencio y dolor: lo que realmente callan los hijos cuando los regañas en público

Regresar en la memoria a un momento en el que fuiste reprendido delante de otros no es fácil. Si de adulto incomoda, de niño puede sentirse como una herida abierta. El regaño en público es una práctica común en muchos padres, que a menudo lo justifican como “disciplina inmediata” o como una manera de mostrar autoridad. Sin embargo, pocas veces se considera lo que realmente experimenta el niño al ser expuesto de esta forma.

El silencio que guardan los hijos en esos instantes no es sinónimo de obediencia ni de comprensión; es, en muchas ocasiones, la manifestación de un dolor interno cargado de vergüenza, miedo o resentimiento. Este artículo explora las consecuencias emocionales de los regaños públicos, lo que callan los niños en su interior y cómo los padres pueden sustituir esta práctica por alternativas más constructivas.

¿Qué significa regañar en público?

Cuando hablamos de “regaño en público” nos referimos a corregir, reprender o castigar verbalmente a un niño frente a otras personas, ya sean familiares, compañeros de escuela, amigos o incluso extraños.

Muchos padres lo hacen de forma automática, convencidos de que así demuestran autoridad y corrigen al instante. Sin embargo, detrás de esa acción hay una dinámica que trasciende la disciplina: el niño no solo recibe la instrucción o el reproche, también percibe la humillación de ser expuesto frente a terceros.

Este tipo de regaños suelen dejar una marca mucho más duradera que una conversación privada, porque se asocian con sentimientos de vergüenza social, miedo al rechazo y pérdida de confianza en la figura paterna o materna.

Lo que los hijos sienten pero callan

Los niños rara vez expresan con claridad lo que piensan cuando son corregidos en público. Su silencio no significa que estén de acuerdo ni que comprendan el mensaje. En realidad, detrás de ese mutismo suelen esconderse emociones intensas.

Vergüenza profunda

La primera reacción de un niño cuando es reprendido frente a otros es la vergüenza. El sentimiento de estar siendo juzgado y exhibido cala hondo, especialmente si ocurre frente a sus pares. En silencio, el hijo piensa: “Todos me vieron, todos saben que hice mal, ahora me juzgan”.

Esa vergüenza puede convertirse en una sensación de inferioridad que se arrastra hasta la adolescencia y adultez, dificultando la seguridad en sí mismo.

Dolor emocional

Los hijos sienten dolor emocional cuando el amor se mezcla con humillación. La figura paterna o materna debería representar un espacio seguro, pero un regaño en público puede quebrar esa seguridad. Aunque no lo digan, piensan: “¿Por qué me haces esto si se supone que me quieres?”.

Ese dolor, si se repite, genera resentimiento y distancia emocional entre padres e hijos.

Rabia contenida

Algunos niños no lloran ni se muestran afectados en el momento, pero por dentro sienten una rabia que no saben cómo expresar. Callan porque temen empeorar la situación, pero piensan: “Esto es injusto” o “no quiero estar aquí”.

El problema es que esa rabia contenida puede convertirse en comportamientos rebeldes, actitudes defensivas o en una barrera de comunicación a largo plazo.

Miedo a equivocarse

Un efecto común es que los niños desarrollen un miedo excesivo a cometer errores. Si cada fallo es castigado de manera pública, dejan de arriesgarse, de experimentar y hasta de preguntar por temor a ser reprendidos. El silencio entonces se convierte en autocensura.

Consecuencias a largo plazo de los regaños en público

Los efectos no se quedan en la niñez; muchas veces acompañan a los hijos durante la vida adulta y condicionan su forma de relacionarse con otros.

Baja autoestima

La repetición de episodios de humillación pública erosiona poco a poco la autoestima. El niño llega a creer que “no es suficiente” o “siempre falla”, porque cada error ha sido resaltado ante los demás.

En la adultez, esto se traduce en dificultad para confiar en sus capacidades y miedo constante al juicio ajeno.

Dificultad para confiar en los padres

Cuando un hijo siente que sus padres lo exponen y lo avergüenzan, pierde confianza en ellos como figuras de apoyo. Puede seguir respetando su autoridad, pero deja de compartir sus emociones o preocupaciones, convencido de que será juzgado en lugar de comprendido.

Ansiedad social

El niño que ha sido regañado constantemente frente a otros desarrolla ansiedad en entornos sociales. Se siente observado, vulnerable y temeroso de cometer errores frente a sus compañeros, maestros o colegas en el futuro.

Rebeldía o sumisión excesiva

Algunos hijos responden con rebeldía, desafiando cada instrucción como una forma de recuperar poder. Otros, por el contrario, se vuelven sumisos y evitan cualquier confrontación, pero a costa de reprimir sus verdaderos sentimientos.

Lo que realmente callan los hijos

Cuando un niño es regañado en público y permanece en silencio, en su mente pueden resonar frases como:

  • “Ojalá me hubieras hablado en privado”.
  • “Me duele que no me defendieras delante de los demás”.
  • “Siento que no soy suficiente para ti”.
  • “Quiero que me escuches, no que me humilles”.

Ese silencio esconde la necesidad de respeto, escucha y dignidad, algo que incluso los más pequeños perciben con claridad.

Por qué los padres regañan en público

Es importante entender que muchos padres no buscan lastimar; simplemente repiten patrones aprendidos o actúan bajo presión.

Algunas razones comunes son:

  • Impulsividad emocional: el enojo domina y no se piensa en las consecuencias.
  • Creencia en la disciplina inmediata: sienten que si no corrigen en el momento, el niño no aprenderá.
  • Falta de herramientas de crianza: no saben cómo manejar la situación en privado o de forma más respetuosa.
  • Necesidad de autoridad social: creen que demostrar control frente a otros reafirma su rol como padres.

Alternativas constructivas

La buena noticia es que existen formas más efectivas de corregir sin exponer a los hijos.

Hablar en privado

La regla más básica es separar disciplina de exposición pública. Tomarse un momento para hablar a solas transmite respeto y permite que el hijo escuche sin sentir vergüenza.

Explicar en lugar de humillar

Los niños necesitan entender el motivo de la corrección. En vez de un reproche duro, es más útil explicar con calma el impacto de sus acciones y cómo puede hacerlo mejor la próxima vez.

Modelar autocontrol

El autocontrol del padre enseña más que el grito. Mostrar calma y firmeza transmite que los errores se enfrentan con madurez, no con impulsos.

Reforzar lo positivo

No todo debe ser corrección. Reconocer lo que los hijos hacen bien equilibra la relación y evita que se sientan vistos solo en sus fallos.

No eres un mal padre por equivocarte

Muchos padres, al reflexionar, sienten culpa por haber regañado a sus hijos en público. Es importante aclarar que equivocarse no te convierte en un mal padre o madre, pero sí es esencial aprender y rectificar. Los hijos también aprenden al ver cómo sus padres reconocen errores y cambian.

Acepta y transforma la relación

Reconocer el impacto de los regaños públicos es el primer paso. La transformación llega cuando el padre acepta que su método de disciplina puede mejorar y decide construir un vínculo basado en respeto, confianza y comunicación.

Un hijo al que se le ofrece un espacio seguro para expresarse, incluso cuando se equivoca, será un adulto con mayor autoestima, seguridad y empatía hacia los demás.

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